Por: Mane Moreno
23/agosto/2021
Reporte 1
Jugando a ser indiana
jones
Retornando a mi niñez recuerdo con nostalgia fines de semana postrado en la cama viendo la televisión abierta y cambiando 10 veces los únicos 3 canales existentes durante los interminables comerciales, un calor intenso y mi madre en la cocina como siempre mientras yo y mis hermanos veíamos películas que repetían cada semana esperando que bajara el sol para salir a jugar futbol. En ocasiones reproducían unas joyitas de películas como indiana jones, la odisea, 7 años en el Tíbet, etcétera. Sin darme cuenta estas películas me fueron atrapando poco a poco y me convertí en un amante de las aventuras y exploración; aún me recuerdo de niño explorando construcciones abandonadas con mis amigos. En la adolescencia consolide mi afición por este tipo de aventuras con libros de julio Verne, Dickens y algunos más. Al terminar la preparatoria y cumplir los 18 años tuve un arranque de locura, vendí mi primer automóvil, empaqué una mochila y me fui a Centroamérica a viajar por Guatemala, honduras y Belice, pasando algunos meses viviendo en las calles, hoteles de mala muerte, playas y centrales de autobuses. De regreso al 2021 con 32 años de edad la exploración y aventura se ha vuelto parte de mi vida; tal vez el día que deje de aventurarme una parte de mí habrá muerto.
Todo comienza con mi búsqueda de una nueva ruta de
montañismo, siempre que salgo a la montaña hago un trabajo previo de
investigación: coordenadas, ruta de posible acceso, clima, altimetría, ecosistema,
tiempo estimado de exploración, etcétera. Normalmente procuro dar mi bitácora a
una persona de confianza para que esté al pendiente de mí por cualquier
situación. En esta ocasión llevaba todo listo, encontré donde dejar mi vehículo
y comencé la subida. Parecía ser una ruta fácil, a los 40 minutos de recorrido me
topé con una reja y un letrero que decía prohibido el paso. Al fondo del camino
se veía una camioneta estacionada, silbé para que me escucharan y una persona
del campo salió a mi llamado, le pedí orientación para seguir mi ruta y él
amablemente ofreció dejarme pasar, agradecí su invitación y le dije que mi
objetivo era tener una ruta donde pudiéramos pasar y no molestarlos en futuras ocasiones; él respondió que ese era el único camino para llegar a mi destino. Un poco
frustrado le pregunte por rutas alternas y me dijo que solo había 2 formas de
llegar, subiendo un cerro muy empinado y posteriormente bajar abruptamente o
acceder exactamente por el lado opuesto a 50 min en coche de donde estábamos; Agradecí
y entendí que ese no era mi día. En la exploración donde no existen caminos ni rutas
trazadas es el pan de cada día. Reporté el cambio de ruta y al paso de 50
minutos encontré una zona por donde acceder; “No tenía idea de lo que me
esperaba”.
Ya en mi nueva ruta y al paso de 1 hora de inicio, me topé
con un río muy caudaloso derivado de las lluvias
y supuse que ese era el fin de mi exploración, observe mi GPS y vi que si
seguía riachuelo arriba podría llegar a una parte alta y tal vez observar la
zona que quería explorar para una futura ocasión. Comencé a subir y empecé a
notar mucha roca, no le tomé importancia y mientras más subía, encontraba
evidencia de que el terreno que pisaba no era común.
En mi opinión, no estoy 100% seguro de haber encontrado
ruinas o una pirámide, es algo que lo tendría que analizar un experto de manera
presencial; tal vez es más la emoción de ser parte de algo.
Para ponerlos en contexto la zona donde encontré un muro,
escalones, caminos y rocas de aspecto claramente geométrico está lejos de
cualquier asentamiento actual o antiguo, aparte investigué la zona y encontré que
a unos kilómetros existen hallazgos de ruinas y pirámides. Sin lugar a dudas
regresaré para analizar mucho terreno que faltó por examinar. Buscaré
asesorarme con expertos en la materia y decidiré si es mejor guardarlo en mí
como una anécdota para mis nietos o reportar el hallazgo con el riesgo de que existan
saqueos y desinterés del INAH (instituto nacional de antropología e historia).
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